Hernan Domínguez Nimo es redactor publicitario durante el día. Esto es: trabaja en agencias, escribe titulares, copys y guiones para radio, televisión y hasta para eventos creativos. Llega al trabajo a la mañana y nunca sabe a qué hora se va, aunque por lo general a las 20 ya está en su casa.
Es un trabajo que le gusta, que siempre le gustó, porque le permite enfrentar desafíos nuevos todos los días, tomar en sus manos la arcilla informe de una idea y moldearla a su manera, descubriendo cada vez, al final del proceso, la satisfacción de la pieza acabada.
Pero por la noche, a eso de las 21 generalmente, una extraña transformación tiene lugar. Hernán Domínguez Nimo desaparece y aparece el Pseudo Nimo.
Allí donde antes había un redactor publicitario, ahora hay un ser insaciable, lapicera en mano, ávido de hojas en blanco. Una criatura que no puede escuchar, ni hablar, ni moverse, ni siquiera comer. Solo sabe escribir.
Y escribe. Pero ya no lo que se espera de él. Nada de titulares o copys, no.
Escribe cuentos.
Cuentos de CF. Cuentos de fantasía. Cuentos de suspenso y -permítanme taparme con la sábana- de terror.
Nada detiene al Pseudo Nimo. Ni los ruegos ni las súplicas ni el llanto. Tan solo el cansancio, el ardor de sus ojos excesivamente atentos, puede agobiarlo, ralentar su marcha incesante de páginas y más páginas, obligándolo a apoyar el lápiz en la mesa y la cabeza en la almohada.
Al despuntar el día, Hernán Domínguez Nimo vuelve a ocupar su lugar y la rueda a girar.